jueves, julio 02, 2009

“Creo en la Iglesia que es Una, ¿Santa?, Católica y apostólica”


Por Juan Ávila Estrada, Pbro*

En el credo que recitamos cada domingo como resumen de la fe que profesamos, afirmamos que nuestra Iglesia es “Una, Santa, Católica y apostólica”. Esta característica de la santidad está dada por el hecho de que Su fundador y cabeza, Cristo, es santo y que Él mismo la santifica con Su vida. Pero unida a esa santidad no podemos desconocer que la Iglesia, comunidad viva y peregrina, está sujeta a la debilidad y pecaminosidad de quienes la conformamos. Nuestra lucha diaria radica en que podamos ser semejantes, como cuerpo, a Aquel que es cabeza y director de nuestra comunidad, Cristo el Señor.

Somos sal y fermento en el mundo, luz que alumbra a todos los pueblos con la claridad de la Palabra de Dios y eso implica que estemos cercados por fuerzas poderosas que quieran impedir a toda costa que la verdad proclamada por ella y que es la verdad de Dios, se difunda por todo el mundo. Se nos acusa de no ser consecuentes con lo que predicamos, pero al tiempo se nos exige transigir con los criterios del mundo devaluando la eternidad de la palabra de Dios.

Los tiempos difíciles que afrontamos, exigen de parte de todos los que la conformamos y la amamos una revisión permanente de nuestra conducta, para reconocer con humildad los errores que se cometen.

Los escándalos de pederastia, incumplimiento del voto de castidad y paternidad por parte de algunos sacerdotes son esgrimidos por los enemigos de la Iglesia que ven en ella y sus enseñanzas un obstáculo para el ejercicio irresponsable de la libertad. Piensan que la falta de coherencia en algunos de sus ministros es fundamento para rechazar el valor de la Palabra que predica.

Independientemente de todos los errores que podamos cometer como humanos, sujetos a la debilidad de la carne y las tentaciones cotidianas, no nos pueden hacer claudicar en la obligación de seguir proclamando las enseñanzas de Jesús.

La fuerza de la verdad no está amarrada simplemente al sujeto que la proclama, sino en la verdad misma; que un martillo esté enmohecido u oxidado no le resta que no pueda seguir sirviendo como instrumento en las manos del albañil para seguir haciendo su trabajo. Que estemos pasando por momentos de gran dificultad no quita que las enseñanzas impartidas por la Iglesia hayan perdido valor o credibilidad.

Nos entristecen profundamente los escándalos que se han suscitado en los últimos tiempos; nos llenan de inmenso pesar obligándonos a redoblar nuestra oración a Dios para que podamos cada día ser más fieles a Él. Del mismo modo es necesario mantenernos firmes en la convicción de que “todo sirve para bien de los que aman a Dios” y que cualquier cosa que pase siempre será una oportunidad para que se manifieste Su gloria. Lo más importante es aprender a leer los signos de los tiempos y entender el llamamiento que nos hace el Creador cada día a la conversión.

La Iglesia siempre será madre y maestra; Ella, a pesar de las críticas, se ha mantenido firme en estos dos mil años en la inmutabilidad del mensaje salvador del Evangelio; siempre tendrá algo que aportar al mundo y su papel en la sociedad será conciliador y lleno de esperanza. Lo que no podemos es estigmatizar o satanizar las dificultades en las que se ve envuelta, ni pensar que su presencia es obsoleta. Tenemos la opción de reconocer los que son verdaderamente nuestros, los que han comprendido según las enseñanzas del apóstol Pablo que ella es un cuerpo que cuando sufre uno sólo de sus miembros, todos los demás sufren y la alegría de uno es la felicidad de todos. Nuestra existencia es milenaria y la prueba del acompañamiento del Señor a esta comunidad de creyentes está precisamente en el hecho de que cuando surge un escándalo que la lastima, Él suscita santos que la purifican y la conducen como su Maestro, por el camino de la perfección.

Por esta Iglesia, Cristo, esposo y cabeza, ha dado todo y le ha prometido acompañarla todos los días hasta el final de los tiempos. Que haya pecado es también expresión de que toda obra buena proviene de Dios y que nosotros somos sólo canales por donde Su gracia se derrama a todos los hombres; esto nos ayuda a mantener aterrizados, a cuidarnos de la soberbia y entender que ser consagrados, más que una transformación de la naturaleza humana es la responsabilidad de vivir acordes a la gracia que un día se depositó en nosotros como vasijas de barro. No nos podemos dejar arrinconar ni amilanar por quienes se han declarado enemigos abiertos u ocultos de la Iglesia, no podemos callar la verdad ni dejar de continuar enseñando; para eso somos comunidad de creyentes, para eso nos confió Jesús Su Palabra y sabía perfectamente en quien estaba depositando Su confianza; conocía que Sus elegidos no eran gente inmaculada, sino humanos deseosos de alcanzar la santidad y la perfección a la que nos invitaba y había predicho que las cosas no iban a ser nada fáciles. Es por todo esto que creo que cada una de las limitaciones de nosotros los ministros o de cualquier creyente no debe separarnos del amor de Dios y entender que cada barrera debe ser un trampolín para el crecimiento.

¿Ataque frontal a las iglesias y lo sagrado?
Unido a esto, expresamos un total rechazo a todas las manifestaciones delincuenciales contra nuestros templos parroquiales que han sido objeto de robos y sacrilegios aprovechando la oscuridad de la noche para hurtar vasos sagrados, reservas eucarísticas (presencia real de Cristo) y equipos de amplificación. El incremento de actos delictivos contra lugares sagrados debe mantenernos en máxima alerta y velar por cada uno de estos lugares como propios.

No logramos entender perfectamente el objetivo de cada uno de estos ataques, pues el valor de cada vaso sagrado es importante solamente para el sacerdote y el culto divino; cualquiera que pretenda vender uno de estos artículos al público se dará cuenta que no tiene razón de ser poseer una custodia o un cáliz que no son objetos caseros ni de mesa.

Todas estas expresiones de violencia deben conducirnos a un replanteamiento acerca del modo como nos relacionamos con lo sagrado. La desacralización del mundo y la relajación de las costumbres tienen que llevarnos a reflexionar cómo ha habido una fusión entre lo pagano y lo sacro donde ya nada pertenece al ámbito de Dios y todo gira alrededor del hombre. El mismo comportamiento en los recintos dedicados al culto divino, la pérdida de la línea fronteriza entre lo que pertenece al César y lo que pertenece a Dios, la utilización de lo sagrado como artículo de bisutería, manifiesta una profunda crisis de la pérdida del sentido de lo sagrado. Hoy nos corresponde a nosotros recuperar el valor de todo aquello que pertenece a Dios, empezando por la vida humana, y todo lo que ha sido consagrado para Su adoración y gloria. Nuestra presencia en los templos, el encuentro con Jesús Eucaristía y la veneración a las imágenes sagradas deben recordarnos que no todo lo que creemos del César le pertenece y que existen cosas que por estar al servicio del Señor merecen nuestro respeto y consideración.

*Párroco Unidad Pastoral San Carlos Borromeo y Padre Nuestro.

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