Por Ayrton de los Santos Torres Soñett*
“El ha escogido lo más débil para vencer a lo más fuerte”
(1 de Corintios 3)
América Latina y el mundo entero viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que ocasionan problemas a nivel social, político, económico y muchos otros aspectos.
Pero en medio de esta problemática existen hombres que se han dejado enamorar, seducir y acaparar por el amor de Dios, escuchando la voz del Hijo que les dice: “¡Sígueme!”, y dan respuesta a ese llamado consagrando su vida, su ser, a Cristo por medio del Sacramento del Orden Sacerdotal.
El sacerdocio se sitúa en el ministerio de Jesucristo. Sólo Él puede decir: “este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. El gran misterio del sacerdocio de la Iglesia, está en el hecho de que los sacerdotes, puedan unirse a Cristo y expresar las palabras anteriormente dichas (1 Corintios 9, 24-25; Lucas 22,14). El sacerdote pertenece al linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9).
Seguir e imitar a Cristo desde más cerca, manifiesta claramente su anonadamiento, es encontrarse más profundamente presente en el corazón de Cristo. Por eso los que siguen este camino dan testimonio admirable de que sin el Espíritu de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3ss) no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios. El ministro debe esmerarse, cada día, por ser tan puro, humilde, santo y por alcanzar una plena configuración con Cristo.
Recordando Sus palabras: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer “(Juan 15,15). Los signos esenciales de la ordenación sacerdotal son, en el fondo, expresión de esa confianza: la imposición de las manos, significando así que son enviados por Cristo al mundo (Lucas 6, 12-16); la entrega del libro, de su palabra que les confía; la entrega del cáliz, con el que les transmite Su misterio más profundo y personal.
El sacerdote está llamado a:
· Ser otro Cristo en la pobreza, entendida como el no vivir codiciando bienes (Lucas 12,15) ni tener apegos. “Cuanto más pobre se es y más uno se humilla, más se glorifica Dios y más uno se hace útil al prójimo” (Asociación de Sacerdotes el Prado).
· A morir a sí mismo: al propio cuerpo, al propio espíritu, a la propia voluntad, al mundo, al inmolarse en el silencio, en la oración y en el trabajo. “Cuanto más se muere, más vida se tiene y más se da la vida” (Asociación de Sacerdotes el Prado).
· A practicar la caridad dando: su cuerpo, su espíritu, su tiempo, sus bienes, su salud y dar la vida por su fe. “Yo soy el pan de vida, el que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Juan 6,35ss). Está llamado a la adoración, la expiación, la imploración, la acción de gracias y la entrega total a Dios por amor.
El sacerdote está al servicio de la evangelización: “Yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan” (Juan 15,16). Es un maestro de la Palabra: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16,15). Es un ministro de los sacramentos: “servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios” (1, Cor 4,1). Es un pastor celoso de su grey: “el Buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Es un llamado y habilitado por Dios para que actué públicamente a favor de los seres humanos en nombre de Cristo (1 de Tesalonicense 2,4) poseyendo potestad de enseñar la verdad revelada, potestad de santificarlos mediante la administración de los sacramentos y potestad de regir la Iglesia de Dios.
El presbítero a imagen del Buen Pastor, siendo otro Cristo Vivo en la tierra, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos.
Hoy, más que nunca, “el pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos, que tengan una profunda experiencia de Dios” (V Conferencia – Aparecida. Pág. 98). El sacerdote es otro Cristo vivo en la tierra, recordando ese gesto antiquísimo de la imposición de las manos con el que Jesús toma posesión del sacerdote diciéndole: “Tú me perteneces, tú estás bajo la protección de mis manos, de mi corazón, bajo el hueco de mis manos y rodeado de la inmensidad de mi amor”, donde el sacerdote muere a sí mismo para dar vida a Cristo en Él.
El sacerdote es, poniendo en práctica la unción de sus manos por el óleo (signo del Espíritu Santo y su fuerza), instrumento de la acción de Dios. Es un soldado pleno y en primera fila del ejército celestial.
Estamos viviendo un tiempo de gracia y de bendición, un tiempo donde estamos fortaleciendo nuestra oración personal y comunitaria, es por ello que debemos orar por todos los sacerdotes del mundo entero, especialmente por los de la Arquidiócesis de Barranquilla, para que sea el Señor actuando por medio de ellos, para que nuestro pueblo siga viendo la imagen de Cristo buen pastor, la imagen de ese pastor que da la vida por sus ovejas.
*Seminarista II año de Filosofía, Seminario Regional Juan XXIII. ayrtondelossantos@hotmail.com
“El ha escogido lo más débil para vencer a lo más fuerte”
(1 de Corintios 3)
América Latina y el mundo entero viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que ocasionan problemas a nivel social, político, económico y muchos otros aspectos.
Pero en medio de esta problemática existen hombres que se han dejado enamorar, seducir y acaparar por el amor de Dios, escuchando la voz del Hijo que les dice: “¡Sígueme!”, y dan respuesta a ese llamado consagrando su vida, su ser, a Cristo por medio del Sacramento del Orden Sacerdotal.
El sacerdocio se sitúa en el ministerio de Jesucristo. Sólo Él puede decir: “este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. El gran misterio del sacerdocio de la Iglesia, está en el hecho de que los sacerdotes, puedan unirse a Cristo y expresar las palabras anteriormente dichas (1 Corintios 9, 24-25; Lucas 22,14). El sacerdote pertenece al linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9).
Seguir e imitar a Cristo desde más cerca, manifiesta claramente su anonadamiento, es encontrarse más profundamente presente en el corazón de Cristo. Por eso los que siguen este camino dan testimonio admirable de que sin el Espíritu de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3ss) no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios. El ministro debe esmerarse, cada día, por ser tan puro, humilde, santo y por alcanzar una plena configuración con Cristo.
Recordando Sus palabras: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer “(Juan 15,15). Los signos esenciales de la ordenación sacerdotal son, en el fondo, expresión de esa confianza: la imposición de las manos, significando así que son enviados por Cristo al mundo (Lucas 6, 12-16); la entrega del libro, de su palabra que les confía; la entrega del cáliz, con el que les transmite Su misterio más profundo y personal.
El sacerdote está llamado a:
· Ser otro Cristo en la pobreza, entendida como el no vivir codiciando bienes (Lucas 12,15) ni tener apegos. “Cuanto más pobre se es y más uno se humilla, más se glorifica Dios y más uno se hace útil al prójimo” (Asociación de Sacerdotes el Prado).
· A morir a sí mismo: al propio cuerpo, al propio espíritu, a la propia voluntad, al mundo, al inmolarse en el silencio, en la oración y en el trabajo. “Cuanto más se muere, más vida se tiene y más se da la vida” (Asociación de Sacerdotes el Prado).
· A practicar la caridad dando: su cuerpo, su espíritu, su tiempo, sus bienes, su salud y dar la vida por su fe. “Yo soy el pan de vida, el que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (Juan 6,35ss). Está llamado a la adoración, la expiación, la imploración, la acción de gracias y la entrega total a Dios por amor.
El sacerdote está al servicio de la evangelización: “Yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan” (Juan 15,16). Es un maestro de la Palabra: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Marcos 16,15). Es un ministro de los sacramentos: “servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios” (1, Cor 4,1). Es un pastor celoso de su grey: “el Buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11). Es un llamado y habilitado por Dios para que actué públicamente a favor de los seres humanos en nombre de Cristo (1 de Tesalonicense 2,4) poseyendo potestad de enseñar la verdad revelada, potestad de santificarlos mediante la administración de los sacramentos y potestad de regir la Iglesia de Dios.
El presbítero a imagen del Buen Pastor, siendo otro Cristo Vivo en la tierra, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos.
Hoy, más que nunca, “el pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos, que tengan una profunda experiencia de Dios” (V Conferencia – Aparecida. Pág. 98). El sacerdote es otro Cristo vivo en la tierra, recordando ese gesto antiquísimo de la imposición de las manos con el que Jesús toma posesión del sacerdote diciéndole: “Tú me perteneces, tú estás bajo la protección de mis manos, de mi corazón, bajo el hueco de mis manos y rodeado de la inmensidad de mi amor”, donde el sacerdote muere a sí mismo para dar vida a Cristo en Él.
El sacerdote es, poniendo en práctica la unción de sus manos por el óleo (signo del Espíritu Santo y su fuerza), instrumento de la acción de Dios. Es un soldado pleno y en primera fila del ejército celestial.
Estamos viviendo un tiempo de gracia y de bendición, un tiempo donde estamos fortaleciendo nuestra oración personal y comunitaria, es por ello que debemos orar por todos los sacerdotes del mundo entero, especialmente por los de la Arquidiócesis de Barranquilla, para que sea el Señor actuando por medio de ellos, para que nuestro pueblo siga viendo la imagen de Cristo buen pastor, la imagen de ese pastor que da la vida por sus ovejas.
*Seminarista II año de Filosofía, Seminario Regional Juan XXIII. ayrtondelossantos@hotmail.com
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